
jueves, 22 de agosto de 2013
lunes, 19 de agosto de 2013
El realismo sucio de José Ardanaz (Juan Rapacioli, Agencia Télam)
Relatos
El realismo sucio de José Ardanaz
En Gente terminada,
el escritor José Ardanaz configura una serie de relatos contundentes,
marcados por una tensión nerviosa entre lo trágico y lo absurdo de la
vida cotidiana, donde los personajes deambulan presos de sus propias
cavilaciones por una Buenos Aires sin salida.
José Ardanaz (Buenos Aires, 1956) es escritor y periodista. Publicó las novelas El cerebro dormido (1993) y Cuando llegue el frío (2008) y los libros de relatos Nadie se pierde en Buenos Aires (2001) y Banfileños (2004).
El libro, publicado por Simurg, se inscribe en la tradición del realismo sucio estadounidense cultivado por escritores como John Fante, Charles Bukowski o Raymond Carver, ya que, como explica el autor, "me identifico con el drama, con las historias trágicas de clase media baja que nos pasan a todos nosotros".
Sin embargo, sostiene, "es curioso que miremos tanto a los estadounidenses, porque nosotros tenemos una gran tradición en ese tipo de realismo. Algunos cuentos de Borges y Bioy son bien urbanos, también los de Abelardo Castillo, Fogwill, Cortázar, y muchos otros".
"Me considero un aprendiz -afirma Ardanaz-, sobre todo del cuento, ahora quiero girar un poco hacia el terreno del horror, pero cuesta mucho, hay mucho que aprender. Estoy leyendo mucho, estudiando el cuento ruso; esto lo han dicho muchos, pero Chejov es el gran maestro, sus historias podrían ser actuales y fueron escritas alrededor de 1860".
- El relato que le da nombre al libro es la historia del ascenso y la caída de un hombre, pero también una mirada profunda sobre la profesión del periodismo...
- En ese cuento quise contar la historia de un perdedor, porque todos somos perdedores en algún punto, somos de carne y hueso, mortales. El tipo es un periodista que sufre cuando le va mal pero también cuando hace una buena nota. Es puro esfuerzo sin tiempo, dar siempre un nuevo examen. Quise contar la historia de alguien que se acostumbra a un tipo de vida y cuando pierde todo se da cuenta que está solo en la plaza escuchando el partido de River.
(Gabriel) García Márquez y (Rogelio) Pajarito García Lupo dijeron que el periodismo es la mejor profesión de la vida, y yo coincido con ellos. Pero el periodismo también es cuando te sacan una jefatura, una nota, cuando te maltratan, cuando te equivocás; el periodismo es llegar a una instancia de poder y que tu propia mujer te diga que no servís para nada; es la vida misma.
- Buenos Aires tiene una impronta muy fuerte en la mayoría de los relatos.
- Es la zona de la angustia, eso que decía Arlt; esta ciudad tiene una especie de surrealismo, entre trágico y disparatado, gente que actúa como en las películas del neorrealismo italiano.
La escritura, según Ardanaz, se trata, en el fondo, "de contar una historia que sea buena, que quede frente al olvido; somos contadores de historias, eso es todo, los géneros en un punto son una cosa técnica".
"Creo en el trabajo, en la disciplina; para ser un buen escritor tenés que dejar otras cosas de lado. Puede que alguien venga con un don, pero creo más en la constancia, en la pasión. Escribir es un trabajo de todos los días", afirma el autor.
Y apunta: "creo en esa frase de (Edgar Allan) Poe que decía que ninguna virtud literaria es más grande que la originalidad; la idea es buscar la propia cara, no es fácil ser fiel a sí mismo, a veces uno se desvaloriza, pero hay confiar más en lo que uno ha emprendido, aunque fracase. El tema es vivir como uno se lo plantea, lo demás no importa".
http://www.telam.com.ar/notas/201308/28258-el-realismo-sucio-de-jose-ardanaz.html
martes, 23 de julio de 2013
Presentación de la novela "Ensayo clínico" de Gustavo Kusminsky en Menéndez Libros
Presentación de la novela
Ensayo clínico
de Gustavo Kusminsky
Jueves 1 de agosto, 18 hs.
Menéndez Libros, Paraguay 431, Bs. As.
Hablarán del libro Roberto Ferro y Marcelo Damiani
En un día de lluvia torrencial, con una ciudad inundada, Marcos, músico y director coral, recuerda la historia de
Cecilia, su esposa desaparecida durante la dictadura militar y docente de
Gramática en la Facultad de Filosofía y Letras.
Desde el escenario del bar San
Bernardo de Villa Crespo, y con la avenida Corrientes convertida en un río que aísla al narrador, las
historias se mezclan con cuestiones musicales, imágenes del exilio, y el lugar algo siniestro de los
médicos en la sociedad actual. El continuo retorno al pasado se fusiona con un
presente en el que Alejo, hijo del
protagonista, se encuentra afectado de un extraño mal y necesita un ensayo clínico
para curarse.
De un modo fragmentado, como el murmullo de un pensamiento, se arma una historia que no pretende juicio
alguno sobre hechos que no se ajustarán al estereotipo esperado y configurarán
un final sorprendente.
sábado, 20 de julio de 2013
Reseña de "Marcapasos" de Carlos Costa, en Radar Libros (Página/12, 14/7/13)
El corazón delator
La primera novela de Carlos Costa parte de una historia de herencia familiar para abrirse a una sugerente pluralidad narrativa.
“Hubo
un error de cálculo cuando el médico le aseguró a Marta que ayer sería
la última noche y, por eso, viajamos, y estamos todavía hoy soportando
el calor, los mosquitos y las incomodidades. ¿Cómo pudo haber vivido la
tía Amanda todos estos años sin tan siquiera un ventilador? No es
posible entender que hubiera prescindido de todo en la vida. Se está
yendo sin quejarse, sin dar gastos, sin pedir compañía. Aquí, en el
casco viejo de lo que fue la estancia”, dice Diego, el narrador de
Marcapasos, primera novela de Carlos Costa, donde se plantea, en
principio, la llegada de cuatro primos a una chacra en Entre Ríos,
después de haber recibido el llamado telefónico de una casera que ya
cansada de cuidar a una mujer enferma decide avisar a la familia. Sólo
que los hombres tienen un propósito concreto para regresar al campo
donde solían pasar los lentos veranos de la infancia: la herencia que
dejará la tía Amanda al morir. “Quieren repartir la herencia ignorando
la voluntad de Amanda. Necesitaban constatar si realmente yo tengo
alguna documentación que diga que todas las hectáreas que aún quedan nos
corresponden por sucesión a Eliana y a mí. Si hay algún papel firmado
en nuestro favor, debería estar en esta casa.” A partir de ese momento,
los primos se verán obligados a convivir bajo el techo de una misma
ambición, desatando todo tipo de excentricidades y miserias; pronto se
verán envueltos en una trama compleja donde la herencia tendrá todas las
características de una verdad revelada. En principio, Diego tendrá que
lidiar con el pasado cuando se imponga una confesión que no buscó ni
quiso. “Se queda callada. Tal vez piense. Tal vez no quiera seguir
hablando. Otra lágrima corre lenta por su cara rígida. Estoy parado en
el medio de la habitación sin saber qué hacer. ‘Me acosté con tu papá’,
dice de forma súbitamente clara”. La tía Amanda está convaleciente en su
cama, no puede moverse ni abrir los ojos, pero tiene la suficiente
lucidez como para pronunciar estas palabras que terminarán por darle un
giro interesante a la historia. Porque será a partir de entonces que la
muerte recorrerá las páginas amenazando con dejarlo todo inconcluso: un
verano del ’76 irrumpirá con la ferocidad de lo que no debiera saberse
nunca, de todas aquellas verdades que debieran mudarse con nosotros
cuando morimos.
Una serie de cartas encontradas hacia el final quizá logren
esclarecer la intriga que Marcapasos sostiene colmada de una violencia
que parece a punto de estallar a cada instante, siempre bien arraigada
en ese paisaje lento y casi estático de un campo que parece gritar lo
que ya fue dicho hace mucho tiempo. La mujer digna de ser amada, aquella
que alguna vez fue alegre y hermosa y solía meterse en el agua del
tanque australiano a chapotear con los chicos, dejará de ser simplemente
una tía que agoniza en su cama para convertirse en un ser tan
enigmático y complejo como la vida misma.
Con una prosa sencilla y poética, Carlos Costa, sociólogo nacido en
Gualeguaychú, propone algo más que una historia familiar signada por las
ambiciones y los secretos. Intensa hasta la última página, la novela
oscila entre la ironía, el humor y la violencia al ritmo de un
marcapasos que funciona no sólo como un artificio para mantener con vida
a una entrañable mujer sino como el pulso preciso, acaso como un
corazón delator que tiene una verdad que decir antes de callar para
siempre.
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-5080-2013-07-20.html
miércoles, 17 de julio de 2013
Reseña de "Ensayo clínico" de Gustavo Kusminsky
Ensayo clínico
por Ana Abregú
por Ana Abregú
La novela de Gustavo Kusminsky, Ensayo Clínico, ocurre en tres dimensiones espaciales, que no intersecan entre sí, el espacio real o irreal del bar San Bernardo, el espacio real o irreal de la memoria, y el espacio real o irreal de las palabras.
El protagonista, Marco, sentado en el bar San Bernardo, rescata una parte de su vida, y toda a la vez, mientras su cuerpo y sentidos se abandonan, a los ruidos y olores, el sosiego familiar del bar delega en el relato un período, que en contraste, se mueve a otra velocidad.
La vida de Marco parece diseñada en duplicidades que otros han configurado para él, lo han obligado a ser alguien que no supo que era, desenredándose, casi irremediablemente, en actos sin contención de sí mismo.
En el espacio de las palabras, los referentes del personaje no son de su entorno, ni tan siquiera una realidad doméstica, sino que se mira en el espejo de historias, personajes, músicos y escritores; es así como desde Santa Cecilia, patrona de la música, por error, de los poetas por convicción y de los ciegos por condición, las palabras que deben ser dichas, para comprender la historia de Marco, se expresan en un tiempo diferente al que transita su vida; hay informaciones y verdades que ha experimentando a destiempo, y que repone en el momento de rehabilitar sus recuerdos bajo la influencia de la atmosfera del bar.
Como dentro de una nave, aislado, a modo de transporte en el tiempo; nos muestra al protagonista no como un sobreviviente, meramente, sino como un personaje en el que parecen confluir las consternaciones de una época de la historia Argentina, que no sólo no ha terminado para Marco, sino que deja interrogantes profundos sobre cuestiones cosmogónicas como amor, verdad, muerte, que no terminan con la última página de esta novela.
En la vida de Marco no existen las certezas, su identidad, sujeta a conjeturas según el rol que creyó interpretar, exalta sus conflictos: su rol de padre, su rol de proveedor, su rol de esposo, de yerno y hasta de músico, que no parecen sostener un carácter apropiado.
La voz narradora, como en una letanía continua, sin mayúsculas, ni comienzos ordinales, ofrece al lector la ilusoria sensación de relato inmanente, no trascendente, sin distinción de orden moral con el natural, en donde la realidad impasible del bar sirve de moldura a la condición frágil de esos roles en la vida del protagonista.
Marco toma como referencia de la subjetiva vida que dispusieron para él, a personajes de relatos, históricos o de ficción, tal la Odisea; como una forma de reflexionar sobre la paradoja que significa la contradicción y justificación de situaciones que resultaron inconsistentes con su percepción de la realidad.
La apreciación de Marco, relacionada con los sonidos, cifra su atención e intereses bajo la visión que le permite su condición de músico; como parte de ello, las palabras reinventan su significado; términos importantes como padre, patria, hijo, enfermedad, humo, muerte, sobreviviente, se desmoldan, mantienen su forma, pero no su sentido; los recuerdos del protagonista parece una explicación pero son, en contexto, una implicación.
Reveladora la voz de un personaje, que funciona como una señal, o una bisagra, quizás un sino o profecía, cito: “–Y la ficción deforma posteriormente la realidad en sus espejos, dijo alguien por ahí”, en el centro neurálgico de la novela, mitad exacta del libro, en páginas y voces, donde las palabras comienzan a funcionar como un gozne, entre apariencia, memoria, narración, veracidad.
En esta novela es permanente las referencias dobles en diversos aspectos: el mismo bar, con el nombre de esa raza de can que se asocia con el rescate de personas; Marco que ha notado la contradicción que ha generado que Santa Cecilia resultara la Patrona de la música, semejante al laberinto confuso respecto a motivaciones de Cecilia, su mujer; el paralelo entre la dicción de Julio Cortázar y su torturador; el humo del bar y la nebulosa del recuerdo; en el recorrido de la memoria, se establecen relaciones con músicos, Bach, Ravel, y otros; con textos, la Biblia, el Talmud, citas Borgianas y otros; con personajes, Ulises, Fausto, Frankestein, Jekyll y Hyde, y otros –a su vez historias de dobles–; la progresión de personajes y escritores, Homero, Hemingway, Stevenson, y otros, como puntos de anclaje en las reflexiones de Marco, ofrecen una apariencia de equilibrio emocional, de análisis distante, racionalismo filosófico que en contradicción con el relato hacen que este texto enfrente al lector con cuestiones sobre hechos y acontecimientos que irradian una percusión con la aparente calma de la escritura; sin dejar de notar que esta historia se cuenta en un solo día, aspecto que nos hace pensar en el Ulises, esta vez de James Joyce; dan cuenta de un viaje, una vida de contingencias, ida y vuelta entre universos geográficos, ida y vuelta entre universos políticos, ida y vuelta entre verdades, lo que genera un haz de tiempos que se resuelve en conjugaciones verbales.
Fluida y plástica, esta novela alterna su figurado carácter confesional con un texto profundo, conmemorativo y diferente.
“¡Oh!, mis ojos han visto todo esto,/Mis orejas lo han oído y entendido./Job 13:1”, es el epígrafe de este libro, que podría interpretarse como una capitulación frente a la irreversibilidad de hechos; pero es también un salmo, del latín psalmus, que significa: tocar las cuerdas de un instrumento musical.
El efecto más logrado de esta novela, es la iluminación con que los discursos de los personajes, dejan fuera la especulación que pueda construir el lector, y al mismo tiempo expanden sus proposiciones; con habilidad geométrica, la sensación del diálogo continuo y la reposición de las voces en fórmulas simples, pero intensas, hacen que se lea sin respirar, con avidez casi metafísica.
Como en el resto del libro, al lector le tocará decidir entre los posibles narrativos de esta historia conmovedora que cuestiona la verdad, pero no la juzga, cuestiona instituciones, el matrimonio, la política, pero no las juzga; interpela, en definitiva, al propio protagonista en la forma de un testimonio de sus memorias, e imprime, entre sus torcedura, un sentimiento de perplejidad, pero no por no resolver misterios, sino justamente por develarlos.
(9/7/2013, http://www.metaliteratura.com.ar)
sábado, 13 de julio de 2013
Reseña de "El filósofo envenenado" de Marcelo Abadi en EL LITORAL de Santa Fe
Por Julio Anselmi
Ejercicios de seducción

“El filósofo envenenado”, de Marcelo Abadi. Simurg. Buenos Aires, 2013.
De Quincey cuenta que los vecinos ajustaban sus
relojes cuando Kant pasaba frente a sus casas. Los sábados, cuenta el
filósofo argentino Marcelo Abadi (1932), Kant tomaba la tarde libre, iba
acompañado por su mucamo, pero de repente se detenía detrás de un
árbol; el mucamo avanzaba unos pasos y disimulaba: “Sabe que en ese
momento el amo se masturba, y que no tardará en retomar sabiamente el
camino”. ¿Qué tienen en común la obsesiva repetitividad puntual de Kant,
los recuerdos de un estudiante argentino en la Alemania de 1955, el
aprendizaje de un idioma, Alquié y Deleuze? Abadi logra conducirnos a
través de estos mojones hasta un núcleo esencial de la filosofía: a la
profunda nostalgia de una imposible voluntad de absoluto, a la
frustración del ser humano “condenado a buscar un mundo que le rehusará
su intimidad” (Kant); al dictamen que sentencia: “De aquello de lo que
no se puede hablar, hay que callar” (Wittgenstein).
A este primer ensayo que abre El filósofo envenenado,
sigue uno sobre las verdaderas razones de la condena de Sócrates, y es
aquí donde puede rastrearse el ars filosófica de Abadi. Como el amor y
la existencia plena, la filosofía es concebida como un ejercicio de
todos los días, una donadora de concordancia entre el intelecto y las
cosas, el examen de uno mismo y un aprendizaje de la muerte.
En estos, y en los ensayos que siguen -sobre Borges,
la angustia y el deseo (y Sartre), o el tango que con Eduardo Bianco
sedujo a los nazis, entre otros- Abadi ofrece lo que Borges designaba
como el principal don de un escritor: el encanto. Más allá de las tesis y
del acuerdo que podamos o no convenir con el autor, lo que importa es
sentirnos atrapados por el recorrido que nos ofrece y la magnitud de los
paisajes y el placer del paseo.
“Los ilotas y la juventud maravillosa”
En el ensayo “Los ilotas y la juventud maravillosa”,
Abadi recuerda un episodio referido por Vidal-Naquet. Ocurre en 423/22
a.C. durante la guerra entre Atenas y Esparta. Los espartanos enviaron
un cuerpo expedicionario compuesto en gran parte por los esclavos
ilotas. Tucídides cuenta que los espartanos, temiendo una revuelta de
ilotas, después de una batalla, “anunciaron que aquellos ilotas que se
hubieran conducido con coraje y que estimaran merecer la ciudadanía
debían presentarse para ser liberados. Los amos estimaban que se
presentarían los más orgullosos de su comportamiento viril, los más
belicosos y, por lo tanto, los más susceptibles de participar en un
levantamiento. De los que se presentaron, seleccionaron a dos mil. Les
pusieron una corona sobre la cabeza a cambio del gorro infamante que
debían portar... ‘Poco después, se los hizo desaparecer y nadie supo de
qué manera cada cual fue eliminado’ ”.
Tucídides no dice cómo desaparecen, cómo los matan,
dónde se los entierra. “Silencio. ¿Será que los lectores de Tucídides no
necesitaban más aclaraciones?”. Y Abadi concluye el breve ensayo
devolviéndonos a la Argentina de los ‘70, cuando fue ungido presidente
Cámpora, aunque se sabía que el triunfador era Perón. “Un sector de la
juventud, el que había tomado las armas para inclinar la balanza en
favor del retorno del líder, pensaba que se estaba a las puertas de la
revolución. ¿Acaso una de las primeras medidas del gobierno de Cámpora
no había sido amnistiar a los presos políticos? Y Perón, desde Madrid,
¿no se había congratulado de la juventud maravillosa?
“Los miembros de las organizaciones armadas y sus
simpatizantes reclamaban con distintos grados de violencia su parte en
la victoria. Algunos habían sido formados por el cristianismo
revolucionario, otros se inspiraban en un foquismo que invocaba a
Vietnam o Cuba. En nombre de sus convicciones habían realizado
secuestros, habían matado desde un ex presidente hasta a simples
policías de facción”.
Iban con sus pancartas, mientras “los servicios de
información se cansaban de fotografiarlos y filmarlos desde todos los
ángulos. Se hubiera dicho que los inminentes clandestinos querían salir
en la foto; ‘jetoneaban’, hacían comprender que andaban ‘calzados’, se
deleitaban hablando de la ‘orga’, poniéndose nombres de guerra y
haciéndose envidiar por los que aspiraban a pertenecer.
“Los muchachos se sentían portadores del sentido de
la historia. No percibían que los vientos soplaban en dirección opuesta.
Pronto, sin embargo, de la euforia pasaron al desconcierto y la ira.
Hasta que un día, tan previsible, Perón los llamó imberbes, idiotas y se
fueron de la plaza, patéticos con sus banderas plegadas.
“¿Hace falta recordar la frase de Tucídides? ‘Poco
después, se los hizo desaparecer y nadie supo de qué manera cada cual
fue eliminado’ ”.
Reseña de "Río arriba", de Jorge E. Gavilán
Este libro de cuentos puede situarse en un lugar escondido, habría
que descorrer la cortina de esa habitación y mirar lentamente para no
cegarnos. Como dice Ricardo Piglia, un cuento siempre cuenta dos
historias, ese placer de descubrir los intersticios que vibra en cada
relato. En cada cuento habita un enigma, un silencio a revelarse, una
pregunta que queda colgada en los confines de una isla, unas palabras
que asedian al personaje hasta atraparlo, una estación de tren como
observadora muda…
En el cuento que da título al libro, un hombre escruta a cada paso,
recuerda, conquista ese viaje como evolución continua del espíritu, para
bien o para mal; pretende crucificar a los malos espíritus y fracasa; o
llega a vencerlos y es entonces cuando su vida coincide en un mismo
lugar. En El orden del tiempo, es el pasado que atrae su cruel para hacer una simetría capaz de envolver vidas y destinos. En El Huésped, Bernardo
es un interrogante que permanece tranquilo, junto a los gestos y ruidos
que invaden un hogar y conviven en una apariencia enigmática. En Los cuervos,
(difícil no recordar la película de A. Hitchcock), el protagonista
reflexiona sobre estos animales que de pronto son parte de cada uno de
los pobladores de la comunidad, metáfora para quién le guste hacer
extrapolaciones políticas y sociales. El destino es un juego, una visitación a la inspiración y goce del arte. La noche del samurái,
es una joya del cuento tradicional argentino, la ley de la esfericidad
cumplida en forma perfecta, un hallazgo, la luz al fondo del pasillo que
nos revela realidad de ficción, pero que se apaga intermitentemente.
Jorge E. Gavilán nace al mundo literario con esta primera obra
publicada con gran calidad por Simurg. En muchas oportunidades se
escucha que en el primer libro el escritor debe salir con su mejor
traje, relucir sus zapatos, usar su mejor corbata y no despeinarse.
Gavilán hizo todo aquello y está listo para la fiesta.
Juliano Oscar Ortiz
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