Arlt, Roberto. El bandido en el bosque de ladrillo.
Compilación y prólogo de Gastón S. Gallo, Simurg, 2018, 224 pp.
Roberto Arlt (1900-1942) publicó en vida dos libros de cuento: El jorobadito (1933) y El criador de gorilas (1941). Estos volúmenes comprenden alrededor de un tercio de su producción en el género. La mayor parte de su narrativa breve se editó solo en revistas y periódicos de Buenos Aires y fue alcanzando post-mortem el formato libro en ediciones, cada vez más abarcadoras, de sus Cuentos completos; la última de ellas a cargo de Seix Barral (2017). Más de tres cuartos de siglo después del fallecimiento de Arlt —quizás el autor más leído en la Argentina en el siglo xx— el mundo de la edición todavía le debe a lectores y críticos un volumen que reúna la totalidad de sus relatos. En camino hacia ese objetivo, la aparición de El bandido en el bosque de ladrillo (Simurg, 2018), nacido del trabajo de investigación y compilación de Gastón Sebastián Gallo, marca un hito, pues exhuma la impactante cifra de veinte prosas y por primera vez habilita a dudar de si aún quedan piezas por recobrar o ya llegaron al soporte libro todas las narraciones cortas del cuentista, novelista, dramaturgo y periodista porteño.
Gallo, más atento que cualquier compilador anterior a los mínimos detalles, recuperó dieciocho textos firmados por Arlt entre 1927 y 1942 revisando miles de ejemplares de publicaciones de la época en múltiples hemerotecas, pero también persiguió incansablemente el esquivo número de una revista, ausente en todas las colecciones salvo en la Biblioteca Nacional, donde faltaba una hoja, justo la que tenía el cuento de Arlt, hasta que, a punto de dar por perdido el texto, encontró un ejemplar íntegro en una feria popular. Gallo, además, descubrió la mano de Roberto Arlt tras el seudónimo Mario Fernández, ficticio autor del final de un cuento ganador de un certamen de la revista Mundo Argentino, para la cual Arlt trabajaba: el tema, el estilo, los escenarios de la narración parecen remitir al autor de Los siete locos, mas el dato que realmente lo delata es la dirección postal del tal Fernández, la casa donde Arlt pasó su adolescencia. El concurso de finales de cuentos (la revista proveía los principios) se llevaba a cabo regularmente y lo obtenían escritores reales, pero cuando se fraguó un autor, Gallo lo detectó.
Con todo, este libro —cuyo título honra la promesa que no pudo cumplir Arlt de editar un volumen homónimo—, no solo suma un número significativo de obras al universo cuentístico arltiano, lo que nos permite renovar el placer de leerlo, sino que, por la índole del material revelado, puede estimular el desarrollo de estudios críticos novedosos, desde perspectivas teóricas y metodológicas no aplicadas hasta hoy al autor y planteando problemáticas aún no transitadas por su prolífica crítica. Doy dos ejemplos: 1. Se ha dicho hasta el cansancio que Arlt escribía y publicaba frenéticamente, sin corregir ni dejar borradores, y que por eso su obra literaria se resistía a estudios genéticos. El bandido en el bosque de ladrillo presenta un cúmulo de textos que alientan una serie de estudios genéticos de la obra literaria de Arlt; algunos son primeras versiones, ampliaciones o desvíos de cuentos bien conocidos del autor, o bien adaptaciones al género de escritos surgidos de su escritura periodística, teatral o novelística. Cuentos como “Ester Primavera” (con el mismo nombre) y “El jorobadito” (aquí “El insolente jorobadito”) y la obra de teatro La isla desierta (aquí “El hombre del tatuaje”), encuentran en este libro una versión diferente. “Beso de muerte” y “Naufragio” se vinculan a novelas: aquel se disolverá volviéndose capítulo de Los lanzallamas; este expandirá un pasaje de Los siete locos autonomizándose. Si “Noche terrible” (en El jorobadito, 1933) aborda la separación de una pareja donde la novia es de clase media baja, “Ruptura de compromiso” (en este libro) es su calco, salvo por las pequeñas y cruciales diferencias que impone al relato que la abandonada pertenezca a la clase media alta. Los críticos pueden de acá en más esclarecer la mecánica de estas repeticiones, desplazamientos, transfiguraciones entre intertextos de evidente correspondencia mutua, pero también entre otros de parentescos menos obvios: v.g. entre “Un ladrón”, donde el protagonista afirma: “Todos los delincuentes ocasionales caen porque lo último de que se preocupan es del domicilio donde se refugiarán cuando huyan” (117), y el cuento sin título ganador del concurso, donde el domicilio consignado reveló al autor encubierto.
2. En sus últimos cinco años Arlt escribió más de dos veces el número de cuentos que compuso el resto de su vida. Ese lapso (1937-1942) coincide con un brusco viraje de su trabajo en el diario El Mundo: allí abandona las crónicas costumbristas locales —las Aguafuertes porteñas— y se aboca a comentar y recrear noticias de política internacional con la Segunda Guerra Mundial como telón de fondo en la sección Al margen del cable. De modo análogo a lo que acontece con su labor periodística, su cuentística también se atiborra de conflictos, malentendidos y trágicos desencuentros entre personajes de distintas culturas, etnias, países o regiones de un mismo país. Por eso, si hasta hoy la preponderancia de su imagen de autor como “escritor de Buenos Aires” —cimentada en la centralidad de sus novelas y aguafuertes— era el motivo que mejor explicaba la inexistencia de estudios imagológicos de sus textos —entendiendo la imagología como ejercicio de una literatura comparada entre series de autoimágenes y series de heteroimágenes—, desde la aparición de El bandido en el bosque de ladrillo, por estar sus relatos plagados de escenas donde “los de aquí” y “los de allá” buscan destruirse o preservarse unos a otros, la formulación de investigaciones desde la perspectiva imagológica se vuelve inaplazable. Es probable que los críticos venideros descubran en el último Arlt un exponente tan temprano como desencantado de la interculturalidad.
Dos reparos menores, que no opacan el estupendo trabajo de recuperación literaria llevado adelante por el licenciado en Letras Gastón Gallo: 1. La ilustración de tapa: una insulsa fotografía escogida con paradójico descuido. 2. La decisión de incluir “El hombre del tatuaje”, obra dramática, no parece justificada en un libro de cuentos. Sería más adecuado que integre un tomo del “teatro inédito” de Arlt junto a Escenas de un grotesco y La cabeza separada del tronco, dos hipotextos de Saverio el cruel que no solo no figuran en las compilaciones que han pretendido ofrecer su Teatro Completo, sino que hasta el día de hoy permanecen —vaya ventura— inéditos en libro.
Párrafo final para los cuentos: los hay excelentes, los hay olvidables. Hay una estética que los atraviesa a todos y que es marca de fábrica del autor: la pasión por el retorcimiento, por la negación de los probos y la renegación de los nulos. Exponen a un autor que ingresó a la literatura argentina reivindicando los “saberes del pobre” (Sarlo) y que en sus últimas producciones redobla la apuesta: enhebrando aquellos saberes con una portentosa enciclopedia de saberes “cultos” —literarios, de otras artes, de política, de filosofía, de sociología— reclama un lugar en la literatura mundial.
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