martes, 11 de mayo de 2021

Anticipo de «Vaselina», novela de Graciela Scarlatto


Graciela Scarlatto
Vaselina 

ISBN 978-987-554-230-3
Novela, 176 pp.



PRÓLOGO


Esos caranchos, Gómez, vienen por sus ojos. Así como no se lo digo –pero podría– le digo otra cosa. No sé. Habría que pensarlo. Me gusta imaginarlo así, enterrado hasta el cuello en el desierto, con la cabeza afuera, comido por las hormigas, chupado por la sed y las serpientes o no. 

   Pero este indio que soy no se conmueve. La lástima no se obsequia a los amigos aunque tampoco a los enemigos. Y no me compadezco, no, porque yo no tengo sed. Soy la lengua del desierto y vengo a hablarle desde muy lejos, desde el orfanato, cuando ni siquiera podía comer; desde el cinto del coronel que me introdujo en el arte de mandar. Soy un fantasma, si usted quiere. Una aparición. Y todo esto podría ser poco más que una parodia de la vida entera. 

   El pozo lo hicieron los muchachos y bastó una orden, una palabra mía para horadar la tierra con las palas, tomando tetra y fumando; dos pozos al sereno bajo las estrellas. Y usted llenará uno de ellos porque lo desea, según parece, o está ya adentro, enterrado hasta el pescuezo, con la vida a sus espaldas pero la cabeza en alto. Agradézcalo. Usted, cabeza gacha todo el tiempo, ahora mira las estrellas y piensa en la lluvia, quizá. Mira a lo alto o debería hacerlo, Gómez, no se tire a menos. Tiene lo suyo, usted. Me dio una hermandad que por mucho tiempo me esquivó la vida. Un hombre como usted. Un gringo. Y si después me la retiró, habría que pensarlo; no es cosa de ponerse a matizar ahora, en estas circunstancias apremiantes. ¿Tiene sed? ¿La tendrá? Usted es el hombre de la sed. Y yo soy el aguatero. Yo lo tengo todo y nada al mismo tiempo. Yo hablo en el desierto, mi palabra está muda, es la lengua del que ya no necesita decir nada. 

   Insignificante. 

   Un solo gesto mío basta para llevarlo a la muerte, un solo gesto para enterrarlo en un pozo o para redimirlo. Pero la cosa viene dura, para mí, para usted. La cosa siempre viene dura para un indio maleante. La transa ya no es fácil. Me pongo viejo o no; soy como un muchacho montando a pelo una moto en la montaña. Hay que ser muy macho en la frontera; traficar, se trafica con las vidas. La esperanza es moneda de cambio. Agua le ofrecería, un balde de agua fresca en la cara para ver cómo lo anega el barro, cómo escurre por el cuello la lava cristalina evitando su boca. No se puede beber. No podrá. La vida esquiva todo lo que es prioritario, se hace rogar; nos vuelve arqueólogos, geólogos de un sueño. 

   Y así vamos, Gómez, tomando ginebra en la Asociación de Box, charlando o escapando. ¿Qué es una traición, una más? ¿Y una amistad? ¿No hubo una hermandad entre grapa y grapa? Las cosas que hacen los gringos. Las cosas que puede hacer un indio como yo. Mestizo. Puchero de maldad y bonhomía. Vaya a saber. Qué dice usted ahí enterrado o fumando en un café, viendo pasar a las pibas que se visten como ella. Porque seguro que las mira. ¿O no? Anoche cayó la helada y el desierto se parte en una grieta por donde hierven las hormigas. Las culebras, Gómez, se arrastran con la lengua alzada. Un hombre enterrado hasta el cuello, sus ojos serán un gran bocado. Dos ratas sedientas, sus ojos. Así lo imagino. Medio muerto, herido, seco gracias a mí. 

   Y no me felicito en nada.