El corazón delator
La primera novela de Carlos Costa parte de una historia de herencia familiar para abrirse a una sugerente pluralidad narrativa.
“Hubo
un error de cálculo cuando el médico le aseguró a Marta que ayer sería
la última noche y, por eso, viajamos, y estamos todavía hoy soportando
el calor, los mosquitos y las incomodidades. ¿Cómo pudo haber vivido la
tía Amanda todos estos años sin tan siquiera un ventilador? No es
posible entender que hubiera prescindido de todo en la vida. Se está
yendo sin quejarse, sin dar gastos, sin pedir compañía. Aquí, en el
casco viejo de lo que fue la estancia”, dice Diego, el narrador de
Marcapasos, primera novela de Carlos Costa, donde se plantea, en
principio, la llegada de cuatro primos a una chacra en Entre Ríos,
después de haber recibido el llamado telefónico de una casera que ya
cansada de cuidar a una mujer enferma decide avisar a la familia. Sólo
que los hombres tienen un propósito concreto para regresar al campo
donde solían pasar los lentos veranos de la infancia: la herencia que
dejará la tía Amanda al morir. “Quieren repartir la herencia ignorando
la voluntad de Amanda. Necesitaban constatar si realmente yo tengo
alguna documentación que diga que todas las hectáreas que aún quedan nos
corresponden por sucesión a Eliana y a mí. Si hay algún papel firmado
en nuestro favor, debería estar en esta casa.” A partir de ese momento,
los primos se verán obligados a convivir bajo el techo de una misma
ambición, desatando todo tipo de excentricidades y miserias; pronto se
verán envueltos en una trama compleja donde la herencia tendrá todas las
características de una verdad revelada. En principio, Diego tendrá que
lidiar con el pasado cuando se imponga una confesión que no buscó ni
quiso. “Se queda callada. Tal vez piense. Tal vez no quiera seguir
hablando. Otra lágrima corre lenta por su cara rígida. Estoy parado en
el medio de la habitación sin saber qué hacer. ‘Me acosté con tu papá’,
dice de forma súbitamente clara”. La tía Amanda está convaleciente en su
cama, no puede moverse ni abrir los ojos, pero tiene la suficiente
lucidez como para pronunciar estas palabras que terminarán por darle un
giro interesante a la historia. Porque será a partir de entonces que la
muerte recorrerá las páginas amenazando con dejarlo todo inconcluso: un
verano del ’76 irrumpirá con la ferocidad de lo que no debiera saberse
nunca, de todas aquellas verdades que debieran mudarse con nosotros
cuando morimos.
Una serie de cartas encontradas hacia el final quizá logren
esclarecer la intriga que Marcapasos sostiene colmada de una violencia
que parece a punto de estallar a cada instante, siempre bien arraigada
en ese paisaje lento y casi estático de un campo que parece gritar lo
que ya fue dicho hace mucho tiempo. La mujer digna de ser amada, aquella
que alguna vez fue alegre y hermosa y solía meterse en el agua del
tanque australiano a chapotear con los chicos, dejará de ser simplemente
una tía que agoniza en su cama para convertirse en un ser tan
enigmático y complejo como la vida misma.
Con una prosa sencilla y poética, Carlos Costa, sociólogo nacido en
Gualeguaychú, propone algo más que una historia familiar signada por las
ambiciones y los secretos. Intensa hasta la última página, la novela
oscila entre la ironía, el humor y la violencia al ritmo de un
marcapasos que funciona no sólo como un artificio para mantener con vida
a una entrañable mujer sino como el pulso preciso, acaso como un
corazón delator que tiene una verdad que decir antes de callar para
siempre.
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-5080-2013-07-20.html
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