viernes, 1 de noviembre de 2013

"El marido americano", de Paula Winkler, en la Revista Hispamérica Nº 125 (Reseña de Walter Iannelli)







Paula Winkler, El marido americano, Buenos Aires, Simurg, 2012.

La lectura de esta novela me hizo volver al diccionario para buscar el estricto sentido de la palabra ‘diáspora’. Según la Real Academia Española, en una de sus acepciones, diáspora se define como la “Dispersión de grupos humanos que abandonan su lugar de origen”. ¿Y qué otra cosa es lo que ha sucedido con muchos argentinos después de una serie de sucesos social y económicamente nefastos acaecidos en el país a fines del año 2001? Una dispersión, una búsqueda del lugar en el mundo que parecía que aquí, en el lugar del nacimiento, nos había sido vedado. Así es cómo Carla, una joven abogada argentina, se instala en los Estados Unidos y, un tanto aburrida de su profesión, se convierte en traductora de autores rioplatenses.

Novela del síntoma de la globalización, en el marco de la cual todo parece estar comunicado, la soledad acosa doble y dualmente a los personajes de esta trama que no solo están solos hacia el fuera, sino que también se enfrentan a la imposibilidad de encontrarse y comunicarse con el propio deseo y apenas atinan al la acción que a veces no lleva a ninguna parte. Es así como Carla conoce a Ron, el hombre americano sucedido marido, que primero la atrae y después la abandona en una isla separada del continente por un mar de diferencias idiosincráticas que no resultan otra cosa que el reflejo de diferentes identidades. Es entonces cuando Carla, abrumada por ese hombre fundado en el apego a la ley y a una tolerancia disciplinar que todavía esconde un gran asombro frente a la diversidad de religiones y culturas, se siente una hispana en Norteamérica, y decide dejarlo para vivir un nuevo exilio hacia adentro que termina desembocando en la puerta de su vecina de departamento, Allyson Prentiss, quien resulta ser una viejita que vive su propia soledad en globalización aun entre los suyos.

Aquí es cuando la palabra diáspora empieza otra vez a ganarse su significado. Dos mujeres solas, en algún lugar del mundo, venidas de cualquier parte, toman té, se reúnen, como si hubieran decidido como grupo emigrar de un lugar oscuro y recóndito para encontrarse en otro. Una, instada como inmigrante a articular signos propios y ajenos, se refugia en los vericuetos de la traducción, tal vez el único puente posible o definitivo obstáculo entre dos culturas cuyo malestar deviene de vértices muy distintos. La otra, reconcentrada en esa soledad que le ha valido lo único cierto: el espacio reconocible y lleno de marcas de un breve departamento devenido en mundo, pero que daría igual que estuviera en cualquier otro sitio del planeta. Es en ese marco en el que la autora da una vuelta de tuerca y le hace vivir a este último  personaje, la anciana Prentiss, un viaje a China en el que irá a buscar ese algo perdido —un amor, objetivo o razón, algo que se sostenga para siempre como una especie de rémora del sueño en sus ojos— en un mundo paradójico y contrario, como si solamente fuera posible pensar un lugar para quedarse yéndose muy lejos, o construir o reconstruir un pasado viajando al futuro.

Paula Winkler sorprende por su vitalidad e inteligencia y no pierde oportunidad para contraponer en distintos registros los enfoques panorámicos de estas dos sociedades, la norteamericana y la china, que solo pueden alumbrarse con una mirada eminentemente argentina. Una mirada, hecha de interminables diásporas —hacia fuera y hacia adentro, geográfica y ontológicamente hablando— que acaban por constituir su gentilicio. Mirada que aún busca su geografía social y se niega radicalmente a toda global o particular substanciación de términos. Malestar que no cesa, en definitiva, ni bajo las luces de Broadway, ni en el largo recorrido por la Muralla China, El marido americano da cuenta de un proceso migratorio interno y sin resolver del ser humano enfrentado al avance de la cultura, o quizá, al avance de la cultura del malestar.



Walter Iannelli

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