Ariel Basile, «Por la banquina» (Bs.As., Simurg, 2012, 154 págs.) En forma entretenida y en muchos momentos muy divertida, «Por la banquina» muestra el camino de la profesionalización de un impostor. A los 25 años a Diego Petrusi
lo echan de la oficina donde se aburre más de lo que trabaja. Lo
negociado por indemnización le sirve para convertirse durante un año en
lo que Roberto Arlt definía como un esquenún, alguien que
cultivaba la espalda derecha gastando la cama día y noche. Cuando ya
está dispuesto a volver a ser eternamente el nene de sus padres, Petrusi
descubre un rebusque para ganarse algo de dinero: hacerse pasar por un
jugador de fútbol que está en el exterior, con el que casualmente
comparte el apellido, en un pueblito de provinciam y él, que nunca fue
bueno con la pelota, tiene la suerte de convertirse en estrella.
En la mejor tradición del pícaro, del vivillo, del chanta, piensa que «cada
tanto el Barba tira un centro y hay que estar despierto para agarrarlo,
y tanto en el fútbol como en el amor, es preciso tener olfato y
explotar las buenas rachas». La necesidad de escapar de un lugar
cada vez que se está por descubrir que es un embaucador lo lleva a andar
«por la banquina», cada vez más por lo márgenes, necesitado de adoptar
una nueva identidad para lucrar engañando a pueblerinos o para poder
escabullirse de las culpas con las que fantasea que la policía lo busca
por violador, asesino, defraudador, cosas todas que tienen un margen de
realidad.
En «Por la banquina» además de goles no falta la
corrupción política, los tiros disparados por una vidente desvalijada,
un asesinato, proliferaciones de sexo, paranoia que hace que Petrusi encarne una documentada simulación que lo ayuda a salir del país.
Ariel Basile construye en su animada opera prima la sorprendente «road movie» de un porteño al que «le va agarrando el gustito de vivir en historias inventadas», y aún más cuando decide vivir delictivamente de historias inventadas. En los primeros capítulos, en la jornadas de fútbol, Basile entra en la tradición de los relatos futboleros de Osvaldo Soriano, Roberto Fontarrosa y Eduardo Sacheri,
verdaderos maestros del género. En las siguientes partes de la novela,
tanto cuando el protagonista se vuelve un adivino viajero explotador de
señoras enfermas, solitarias o engañadas, como cuando se convierte en
una falso promotor de estrellas del canto, sin dejar de aceptar las
emotivas ofertas sexuales de chicas pueblerinas aspirantes a modelos en
la capital, se acentúa la influencia de Osvaldo Soriano y, quizá, de Bernado Kordon, a la vez que gana algo narrativamente muy personal.
La
historia queda abierta para seguir conociendo de las aventuras de ese
porteño chanta que siempre piensa que tiene que volver a la facultad.
Posible nueva faena para el talento mostrado por Basile.
M.S. [Máximo Soto] |
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